Hace pocos días, como cada 12 de octubre, la capital de España se engalanó de banderas y uniformes para celebrar el día de la Fiesta Nacional de España. Un desfile militar, tan hortera como rancio, rindió tributo a las Fuerzas Armadas de nuestro país al ritmo de trompetas y tambores, acompañados por una cabra que no parecía entender muy bien cuál era su función en tan solemne evento. Horas antes, los miembros más destacados de la sociedad civil, o los que al Poder le interesa destacar, hacían fila en el Palacio de Oriente para estrechar la mano a la realeza y rendir pleitesía a la ostentación y a la petulancia. Todo ello mientras disfrutaban de unos deliciosos canapés, intercambiaban cumplidos y sonrisas y se burlaban de los que no estaban. En definitiva, una reunión de Navidad anticipada y abarrotada de suegros a los que la doctrina del bienquedismo te obliga a saludar. En esa tónica transcurrió el resto del día en las zonas nobles de Madrid, ajenas a los dilemas de la plebe, que discutía asuntos inofensivos, como siempre, en el lugar de encuentro multitudinario del siglo XXI, las redes sociales. Como ocurre con cada evento de masas que tiene lugar en nuestro país, más aún si involucra banderas y sentimientos tan arcaicos e inexplicables como el nacionalismo, se convierte inmediatamente en objeto de debate y polémica. El debate no es algo que haya que rehuir, pero cuando el intercambio de opiniones se transforma en insultos, amenazas y frustración el recorrido intelectual es mínimo e inservible. La escasa calidad democrática de este país unida a la comodidad y la sensación de impunidad que refleja el anonimato hacen que el enriquecimiento sea imposible. Esto no es ninguna novedad, pero es curioso que suceda con mayor intensidad si cabe durante el único día del año que está programado oficialmente para celebrar nuestra condición de compatriotas y honrar nuestro patrimonio cultural e histórico. Una vez más, lo oficial se aleja infinitamente de lo real, y muchas son las razones que motivan esta distorsión o esta interpretación alternativa.
En primer lugar, el mero hecho de que el acto que más intensamente está relacionado con la festividad sea un desfile militar presidido por los monarcas produce cierta repulsa a aquellos individuos que no se sienten identificados con los valores que representan estas dos instituciones. Y me incluyo en la discrepancia. La monarquía, independientemente de que sea puramente representativa y no se involucre (o no se deba involucrar) en asuntos políticos, desprende un fuerte aroma a desfase, obsolescencia y desigualdad. Únicamente ha sido refrendada por la población en 1978, en los prolegómenos de lo que hoy llamamos "democracia" e insertada en un cuerpo de leyes llamado Constitución. Jamás se ha preguntado de forma directa a los españoles si consideran que la jefatura del Estado debe ocuparla un monarca, y las funciones que realiza no parecen suficientemente complejas o trascendentes como para considerar a la Casa Real una figura clave en el desarrollo del Estado. Si unimos esto a los numerosos escándalos, económicos y cívicos, que enturbian a los Borbones y a la estrecha relación que estos mantuvieron con el franquismo, el resultado es un clima de distanciamiento y un rechazo mayoritario que combate exclusivamente contra la simpatía personal que pueda llegar a generar el Rey sobre sus súbditos. Por su parte, las Fuerzas Armadas tampoco se alejan excesivamente de esta concepción. Atrás queda la época en la que el Ejército era el guardián de la Nación y los soldados eran honrados como salvadores de la Patria. La etapa beligerante marcada por la hostilidad y amenazas ya no existe en España, y es difícil digerir que el Ministerio de Defensa sea el que menos recortes ha sufrido en su presupuesto durante los años de recesión. Además, para preservar la seguridad del Estado español en caso de que se perturbe la paz y la estabilidad ya existe la OTAN, o al menos esa es la función principal que se utiliza para justificar su existencia. Los uniformes decimonónicos y el ridículo atuendo que portan los integrantes de la Legión no hacen más que reforzar esta carencia de apoyo popular, y solo consiguen embaucar a aquellos románticos que desearían haber presenciado en primera persona las hazañas del otrora Imperio Español.
En segundo lugar, la propia fecha del evento conmemora un acontecimiento histórico del que no todos los españoles se sienten orgullosos. El 12 de octubre fue el día en el que los tres navíos de Cristobal Colón alcanzaron por primera vez tierras americanas. Este suceso es históricamente conocido como "El descubrimiento de América", y para cierto número de españoles representa la piedra de toque de lo que posteriormente sería un genocidio sistemático y un saqueo devastador. Las potencias imperialistas que colonizaron todo el continente americano, entre las que se encontraba España, sometieron a los indígenas a un régimen de explotación y exterminio que, pese al contexto histórico en el que ocurrió, no parece fundamento oportuno para una celebración. España no es el único país en el que existe debate a este respecto, de hecho, en algunos países que se encuentran en el territorio originalmente colonizado, como Venezuela o Nicaragua, esta festividad recibe el nombre de "Día de la Resistencia Indígena", premiando así a los indígenas cuyas vidas fueron sacrificadas para satisfacer la ambición económica y el ansia de Poder de Europa. Cabe matizar a este respecto que España fue la única potencia en cuyas Cortes se debatió sobre la forma correcta de tratar a los aborígenes, estableciendo una determinada regulación al respecto, a diferencia de Gran Bretaña o Portugal que procedieron a un exterminio y control libre e inmisericorde. En definitiva, para evitar este tipo de polémicas y malestares innecesarios, es lógico pensar que lo más apropiado sería abandonar este festejo y conmemorar la victoria de nuestro país ante los ejércitos de Napoleón en la llamada "Guerra de la Independencia Española", hecho que, sin lugar a dudas, ha contribuido enormemente a preservar la figura del Estado español y a fortalecer la soberanía que tan en peligro se encuentra hoy en día. Estoy seguro de que un pueblo humilde pero unido luchando por recuperar su territorio de las manos del Imperio Francés seduce y representa mucho más que un aventurero genovés que ejercía de tirano en los territorios colonizados por la Corona de Castilla.
En tercer lugar no podía faltar el secesionismo y los nacionalismos periféricos que tanto han dado que hablar este último mes. En Euskadi y Catalunya no gusta el formato de la celebración, que se centra en pasear los símbolos españoles obviando por completo al resto de Naciones que componen el Estado. En resumen, se trata de un nuevo choque de conceptos y de representación interesada de la realidad. Pocas dudas quedan, por historia y por aclamación popular, de que España es un Estado plurinacional en el que se agrupan diferentes culturas e idiomas. Admitir este hecho por parte del poder central, sin embargo, sería dar un argumento de peso a los secesionistas para reclamar su derecho a construir un Estado propio, y en un gobierno marcado por la intransigencia y la bajeza de miras reclamar que se utilice el término "Nación" para hablar de Catalunya, Euskadi o Galicia es un acto de fe que a ciencia cierta no llegaría a buen puerto. Prueba de este malestar la encontramos en la ausencia de Artur Mas, Iñigo Urkullu e Uxue Barkos (Presidenta de Navarra por Geroa Bai) en el desfile militar presidido por los Reyes, todos ellos por razones puramente políticas. La fractura interna no es nueva pero se intensifica progresivamente, y el inmovilismo del gobierno central no hace más que agravar esta ruptura al hacer oídos sordos a las demandas de una buena parte de sus representados y negarse en rotundo a establecer vías de comunicación fructíferas. El centralismo que añoran algunos desapareció al morir la dictadura, y reprimir identidades y despreciar voluntades democráticas solo porque tu electorado entendería esta postura como una traición a la patria es un acto irresponsable y que puede tener gravísimas consecuencias en un futuro no muy lejano.
En segundo lugar, la propia fecha del evento conmemora un acontecimiento histórico del que no todos los españoles se sienten orgullosos. El 12 de octubre fue el día en el que los tres navíos de Cristobal Colón alcanzaron por primera vez tierras americanas. Este suceso es históricamente conocido como "El descubrimiento de América", y para cierto número de españoles representa la piedra de toque de lo que posteriormente sería un genocidio sistemático y un saqueo devastador. Las potencias imperialistas que colonizaron todo el continente americano, entre las que se encontraba España, sometieron a los indígenas a un régimen de explotación y exterminio que, pese al contexto histórico en el que ocurrió, no parece fundamento oportuno para una celebración. España no es el único país en el que existe debate a este respecto, de hecho, en algunos países que se encuentran en el territorio originalmente colonizado, como Venezuela o Nicaragua, esta festividad recibe el nombre de "Día de la Resistencia Indígena", premiando así a los indígenas cuyas vidas fueron sacrificadas para satisfacer la ambición económica y el ansia de Poder de Europa. Cabe matizar a este respecto que España fue la única potencia en cuyas Cortes se debatió sobre la forma correcta de tratar a los aborígenes, estableciendo una determinada regulación al respecto, a diferencia de Gran Bretaña o Portugal que procedieron a un exterminio y control libre e inmisericorde. En definitiva, para evitar este tipo de polémicas y malestares innecesarios, es lógico pensar que lo más apropiado sería abandonar este festejo y conmemorar la victoria de nuestro país ante los ejércitos de Napoleón en la llamada "Guerra de la Independencia Española", hecho que, sin lugar a dudas, ha contribuido enormemente a preservar la figura del Estado español y a fortalecer la soberanía que tan en peligro se encuentra hoy en día. Estoy seguro de que un pueblo humilde pero unido luchando por recuperar su territorio de las manos del Imperio Francés seduce y representa mucho más que un aventurero genovés que ejercía de tirano en los territorios colonizados por la Corona de Castilla.
Imagen del desfile militar del 12-O presidido por el rey Felipe VI y que deja una estampa muy poco común en pleno siglo XXI. |
En cuarto lugar, resulta un poco pretencioso realizar una celebración por todo lo alto cuando las circunstancias sociales en las que viven muchos ciudadanos españoles son preocupantes en indignas de un país desarrollado. ¿Por qué celebramos con tanto ahínco nuestra nacionalidad española si hemos convertido España en un fortín para la desigualdad y la explotación empresarial? Quizá es una estrategia política para atenuar la indignación popular de cara a las elecciones generales de diciembre o quizá se trata de una nueva ofensa impulsada por aquellos que cada día viven más lejos de la gente y sienten especial devoción por el derroche. Gastar 800.000€ para realizar un desfile es un gasto ínfimo en un país de la magnitud de España, pero refleja a las mil maravillas cuál es el baremo de prioridades y preferencias del Poder. Como es lógico, la izquierda es la que más indignación ha mostrado en este aspecto, incluso cargos públicos como los alcaldes de Barcelona o Cádiz. No se entiende como en un país con más de cuatro millones de parados y casi un cuarto de la población en riesgo de pobreza y exclusión (informe de la EAPN) los dirigentes tienen el ánimo y el coraje como para darse un baño de masas a costa del contribuyente. Lo mismo ocurre cuando estos mismos representantes del pueblo español viajan miles de kilómetros para ver un partido de fútbol o abandonan los plenos del Congreso de los Diputados para disfrutar de un gin-tonic por apenas tres euros en el bar de la Cámara Baja. Aquellos que debieran ser los más acongojados y arrepentidos por el absoluto desastre en el que han sumido a este país son los primeros en apuntarse a un bombardeo si el comandante les promete canapés y orquesta, lo que hace pensar que la falta de recursos en realidad no es más que falta de voluntad y que no hay remordimiento capaz de luchar contra la comodidad del poderoso.
Por último, pero no por ello menos importante, incluso los símbolos nacionales son motivo de discordia. No solo los independentistas se sienten discriminados, sino que gran parte de la izquierda de este país no se siente verdaderamente representada por la bandera y el himno oficial. Emblemas que deberían servir para unir no hacen más que enfrentar, y el origen de este problema no es otro que la falta de eficacia con la que se desarrolló en su día la Transición. Quizá me equivoco tildando de "poco eficaz" la armonía que aparentemente se construyó durante la Transición, pues la élite política de la época, formada por los últimos reductos del franquismo, se salió con la suya de forma totalmente interesada aún sabiendo que se iban a formar unas grietas estructurales totalmente irreconciliables. Cuando los mismos individuos que dieron un golpe de Estado durante la II República y dirigieron una sangrienta dictadura durante casi 40 años se disfrazan de demócratas dialogantes y se hacen hueco en la "nueva política", poca regeneración se puede esperar. Convivir con una bandera similar a la del franquismo y un himno cuya melodía es exactamente igual a la que han utilizado durante siglos reyes y dictadores que poco tienen de demócratas se asemeja más a un homenaje al dictador que al resultado de una Transición profunda en la que se hace borrón y cuenta nueva. No es de extrañar, por tanto, que las manifestaciones de la ultraderecha y de movimientos promovidos por ella (lucha en contra del aborto o el matrimonio homosexual) estén custodiadas por banderas españolas y gritos de "¡Viva España!" incluso cuando el desencadenante de la protesta poco tiene que ver con el nacionalismo y el espíritu patriótico. Mientras nos preguntamos si la ultraderecha se ha apropiado de los símbolos estatales o es el Estado el que ha proclamado como propios los símbolos de la ultraderecha, la izquierda más íntegra e inconformista pasea con la bandera republicana. Y no lo hace únicamente por su oposición a la monarquía, sino porque siente que de alguna manera la historia ha premiado a los golpistas que terminaron con lo más parecido a una democracia y a un gobierno de la mayoría que ha habido en este país hasta 1975. Es melancolía, es indignación, es recordarle al Poder que antes de la dictadura existió una breve República a la que apenas le dio tiempo a estabilizarse y crear un espíritu democrático en la sociedad. A la que se le arrebató su identidad y sus principios y cuyos impulsores fueron encarcelados, fusilados o exiliados. Jamás se ha hecho un gesto de aprecio a ese trabajo. Incluso a los españoles republicanos que en plena dictadura franquista lucharon por liberar París del nazismo y la barbarie se les ha homenajeado en la capital francesa mientras en España se otorgan subvenciones públicas a la Fundación Francisco Franco. Si no hay memoria histórica no habrá justicia, y sin justicia no se pueden cerrar las heridas que separan a los españoles en dos bandos. Lo mismo ocurre con el himno y la bandera.
En conclusión, todos los caminos que incluyan opresión o imposición nos llevarán a una disquisición que no conduce a parte alguna, tal y como diría nuestro querido presidente. El objetivo final de esta festividad es que todos los españoles muestren su orgullo por pertenecer a esta Nación, y jamás ocurrirá nada parecido si sigue prevaleciendo la descalificación frente al diálogo y el desprecio ante la inclusión. El 12 de octubre necesita una reforma tanto en forma como en espíritu, como tantos otros eventos, leyes y actitudes en este país, y esto no es cuestión de ceder ni de ser condescendiente, sino de respetar todas las identidades y las formas de pensar de colectivos que tienen mucho que decir en nuestra vida cotidiana. Para ello es indispensable que la sociedad española se sienta totalmente involucrada en una celebración que parece estar reservada para los nobles del traje y la corbata y los reaccionarios del uniforme y los galones. Este día debe servir para reafirmar los valores que representan a nuestro Estado. Darle al mundo un ejemplo de democracia, solidaridad, pluralismo político, paz e igualdad. Nada de élites privilegiadas que ya gozan de su condición el resto de días del año y nada de instituciones polémicas que crean rechazo en un amplio sector de la población. El 12 de octubre no puede ser un baño de masas con fines propagandísticos ni electorales. El 12 de octubre quizás ni siquiera deba ser un 12 de octubre, pero siempre deberá ser la fiesta de la mayoría. La mayoría que sufre y la mayoría que aguanta. Es España, estúpido.
-Galder Peña
Por último, pero no por ello menos importante, incluso los símbolos nacionales son motivo de discordia. No solo los independentistas se sienten discriminados, sino que gran parte de la izquierda de este país no se siente verdaderamente representada por la bandera y el himno oficial. Emblemas que deberían servir para unir no hacen más que enfrentar, y el origen de este problema no es otro que la falta de eficacia con la que se desarrolló en su día la Transición. Quizá me equivoco tildando de "poco eficaz" la armonía que aparentemente se construyó durante la Transición, pues la élite política de la época, formada por los últimos reductos del franquismo, se salió con la suya de forma totalmente interesada aún sabiendo que se iban a formar unas grietas estructurales totalmente irreconciliables. Cuando los mismos individuos que dieron un golpe de Estado durante la II República y dirigieron una sangrienta dictadura durante casi 40 años se disfrazan de demócratas dialogantes y se hacen hueco en la "nueva política", poca regeneración se puede esperar. Convivir con una bandera similar a la del franquismo y un himno cuya melodía es exactamente igual a la que han utilizado durante siglos reyes y dictadores que poco tienen de demócratas se asemeja más a un homenaje al dictador que al resultado de una Transición profunda en la que se hace borrón y cuenta nueva. No es de extrañar, por tanto, que las manifestaciones de la ultraderecha y de movimientos promovidos por ella (lucha en contra del aborto o el matrimonio homosexual) estén custodiadas por banderas españolas y gritos de "¡Viva España!" incluso cuando el desencadenante de la protesta poco tiene que ver con el nacionalismo y el espíritu patriótico. Mientras nos preguntamos si la ultraderecha se ha apropiado de los símbolos estatales o es el Estado el que ha proclamado como propios los símbolos de la ultraderecha, la izquierda más íntegra e inconformista pasea con la bandera republicana. Y no lo hace únicamente por su oposición a la monarquía, sino porque siente que de alguna manera la historia ha premiado a los golpistas que terminaron con lo más parecido a una democracia y a un gobierno de la mayoría que ha habido en este país hasta 1975. Es melancolía, es indignación, es recordarle al Poder que antes de la dictadura existió una breve República a la que apenas le dio tiempo a estabilizarse y crear un espíritu democrático en la sociedad. A la que se le arrebató su identidad y sus principios y cuyos impulsores fueron encarcelados, fusilados o exiliados. Jamás se ha hecho un gesto de aprecio a ese trabajo. Incluso a los españoles republicanos que en plena dictadura franquista lucharon por liberar París del nazismo y la barbarie se les ha homenajeado en la capital francesa mientras en España se otorgan subvenciones públicas a la Fundación Francisco Franco. Si no hay memoria histórica no habrá justicia, y sin justicia no se pueden cerrar las heridas que separan a los españoles en dos bandos. Lo mismo ocurre con el himno y la bandera.
En conclusión, todos los caminos que incluyan opresión o imposición nos llevarán a una disquisición que no conduce a parte alguna, tal y como diría nuestro querido presidente. El objetivo final de esta festividad es que todos los españoles muestren su orgullo por pertenecer a esta Nación, y jamás ocurrirá nada parecido si sigue prevaleciendo la descalificación frente al diálogo y el desprecio ante la inclusión. El 12 de octubre necesita una reforma tanto en forma como en espíritu, como tantos otros eventos, leyes y actitudes en este país, y esto no es cuestión de ceder ni de ser condescendiente, sino de respetar todas las identidades y las formas de pensar de colectivos que tienen mucho que decir en nuestra vida cotidiana. Para ello es indispensable que la sociedad española se sienta totalmente involucrada en una celebración que parece estar reservada para los nobles del traje y la corbata y los reaccionarios del uniforme y los galones. Este día debe servir para reafirmar los valores que representan a nuestro Estado. Darle al mundo un ejemplo de democracia, solidaridad, pluralismo político, paz e igualdad. Nada de élites privilegiadas que ya gozan de su condición el resto de días del año y nada de instituciones polémicas que crean rechazo en un amplio sector de la población. El 12 de octubre no puede ser un baño de masas con fines propagandísticos ni electorales. El 12 de octubre quizás ni siquiera deba ser un 12 de octubre, pero siempre deberá ser la fiesta de la mayoría. La mayoría que sufre y la mayoría que aguanta. Es España, estúpido.
-Galder Peña